Tal vez tu condición física fuera bastante saludable.
Hacías bastante deporte. O normal, vaya
Te cuidabas.
Y de repente, desafíos incómodos.
Tu negocio que necesita una reestructuración, refinanciación.
Te exige tomar importantes decisiones para sacarlo adelante.
Y no sólo eso. Retos para tu salud. Te diagnostican una alarmante enfermedad.
Silencio.
Prefieres mantener tu lucha contra esos desafíos en silencio.
Y ese silencio, incómodo de su propio silencio, al final necesita hablar por cualquier sitio. Y ese silencio, acaba por gritar.
Dolores de cabeza, no puedes dormir ,visión borrosa, un constante nerviosismo…
Todo el mundo empieza a notarte que ya no eres el que eras hasta hace poco, y sienten que ‘estás en un proceso de lucha’.
Muchos te sugirieron que te tomaras un descanso, pero seguiste trabajando. ‘Eso no es nada, es el agotamiento normal de un jefe’, decías tú poco convencido
Conseguiste sacar a tu negocio del pozo, pero eso ya no te produjo alegría.
Y las circunstancias se calmaron un poco a nivel profesional y personal.
Tu enfermedad remitió y tu negocio obtuvo al final la financiación necesaria para seguir.
Pero estabas cansado. Triste. Hasta tus hijos pequeños te lo dijeron
Y sentiste que era necesario hacer un cambio de una vez por todas.
Tras dejar tu cargo, tuviste tiempo para pensar en varios aspectos.
Cuando eras jefe, te sentías aislado. Pensabas que no podías ser amigo de tus compañeros de equipo. No tenías demasiado sentimiento de comunidad.
Y te resultaba más difícil confiar en los demás, lo que empeoraba la situación.
Tampoco demostrabas demasiada empatía. Ni reconocimiento por ti mismo ni por los otros.
Ni siquiera te alegraste por conseguir que tu negocio se salvara de su naufragio.
El agotamiento te hizo ver que, a pesar de eso, ibas a la deriva total…
Te estabas consumiendo, haciéndote cenizas…
En silencio.